Sacramento, signo y símbolo (cap. 2)
José María Castillo, teólogo
Pues bien, según la explicación
comúnmente usada, un signo es una realidad sensible (visible, audible,
tangible…) que nos remite y nos pone en relación con otra realidad que
no es del orden de lo sensible, sino que, de la manera que sea, no está a
nuestro alcance inmediato.
En su formulación más técnica, el signo se define como la unión de “significante” y un “significado”.
Por ejemplo, las palabras son signos. Ahora bien, en la “palabra” (un
signo que constantemente utilizamos), el significante es el fonema que
se pronuncia al decir esa palabra. Y el significado es el concepto al
que nos remite el fonema que oímos. Cuando el significante (fonema) se
une con el significado (concepto), entonces tenemos el signo. Que
siempre es indicador de un “referente”, la realidad, objeto, persona… a
la que nos referimos con cada palabra o en cada frase (conjunto de
palabras).
Pero ocurre que si el sacramento se reduce a mero signo, tropezamos
con una dificultad. De acuerdo con lo dicho sobre el signo, éste se
sitúa necesariamente al nivel del conocimiento, ya que el significado es
siempre un concepto, una idea, algo estrictamente mental y, por tanto,
del orden de lo cognoscitivo.
Eso, por supuesto, es enteramente necesario en la comunicación
humana. Sin lenguaje, o sea sin los signos mediante los que nos
comunicamos unos a otros lo que sabemos o queremos decir, la
comunicación entre los seres humanos sería imposible.
Pero sabemos que, en la vida humana, más determinantes que las
“ideas” o los conceptos, son las “experiencias” que vivimos.
Experiencias que nos configuran ya desde antes de nacer. Como es bien
sabido, la comunicación entre la madre y el hijo que lleva en sus
entrañas es decisiva, para el futuro de ese hijo, desde las primeras
semanas de la gestación.
Por eso un hijo amado y deseado por la madre es y será completamente
distinto de un hijo rechazado y hasta despreciado por la madre. Señal
evidente de que entre la madre y el hijo se establece una profunda y
determinate comunicación ya antes de que el feto o, más tarde, el recién
nacido pueda entender, mediante conceptos, lo que la madre lo quiere o
lo desprecia.
Y es que el amor, el afecto, la empatía, el gozo y el disfrute de la
vida, o por el contrario, el odio, los deseos de venganza, el desprecio,
el resentimiento, todo eso no se comunica entre los humanos mediante
“signos” lingüísticos y conceptuales, sino de otra forma. Por eso, en la
comunicación humana, son más importantes los “símbolos” que los
“signos”.
Ahora bien, mientras que un signo es la comunicación de un
“concepto”, el símbolo es la comunicación de una “experiencia”. Por eso
los símbolos son tan decisivos, sobre todo, cuando se comunican las
experiencias que entrañan una “totalidad de sentido” para la vida de las
personas.
Porque en la vida de los humanos, más decisivo que “saber” definir el
amor es “amar” y sentirse “amado”. Como más destructivo que “saber
definir el odio” es “odiar”.
De ahí que Paul Ricoeur, acertadamente, ha dicho que, mientras el signo es Lógos (palabra). el símbolo es Bios (vida).
Además, en todo este ámbito de realidades humanas, es fundamental
caer en la cuenta de que todos los seres humanos vivimos experiencias
que no se pueden comunicar mediante signos, es decir, mediante la
“información” que proporcionan las palabras y los discursos. Tales
realidades solamente se pueden transmitir mediante el “contagio” que
desencadenan los símbolos.
Una madre no enseña a amar a su hijo echándole discursos sobre la
estructura profunda de la relación interpersonal. La madre educa en el
amor amando, besando, acariciando, mediante el tacto amoroso y cálido de
la intimidad. Así hemos aprendido todos a amar y ser amados.
Y de la misma manera, resulta evidente que a otras personas no se les
hace felices predicándoles sobre la felicidad, sino contagiando la
felicidad que uno vive.
Como nadie logra que el otro se sienta querido porque se le explica
la más depurada teoría sobre el amor. Se siente querido el que
experimenta el cariño que contagia la persona que ama de verdad a quien
se relaciona con ella.
Por eso es más importante la mirada que el ojo. Porque el ojo
pertenece al orden de los signos, mientras que la mirada es símbolo. El
ojo “informa”, la mirada “contagia” o, si se prefiere, desencadena la
corriente de vida que une y funde a las personas.
( LA IGLESIA, SACRAMENTO DE SALVACIÓN )Tomado de: http://www.redescristianas.net/2008/05/11/sacramento-signo-y-simbolo-cap-2jose-maria-castillo-teologo
ACTIVIDAD EN CASA
2. Buscar las palabras desconocidas en el diccionario y copiar su significadoen el cuaderno.
No hay comentarios:
Publicar un comentario