jueves, 28 de marzo de 2013


Anexo Nº1


2.1. El símbolo, testimonio de un pacto

1. Todo símbolo nos pone en comunicación, en situación de intercambio, nos articula al interior del orden o de la comunidad al cual este símbolo pertenece. Esta comunicación es consecuencia de un pacto o convención más o menos explícita. De la misma manera que cuando decimos que el signo lingüístico es arbitrario, estamos sugiriendo que hay un pacto de por medio: no hay ninguna vinculación natural, necesaria, entre la cosa y el nombre con el que la llamamos. Al referirnos a un ave, podríamos decir cualquier otro nombre, siempre y cuando todos los que hablamos nos hayamos puesto de acuerdo sobre el nombre nuevo para designar lo que hasta ahora hemos llamada ave. Aunque sea implícito, siempre hay un pacto, una convención, entre quienes están implicados en un símbolo.

2. Los símbolos «naturales» no lingüísticos: el agua, el fuego, el viento, la luz, la tierra, la altura, la profundidad, la oscuridad, la derecha, la izquierda…, nos hacen reconocer como humanos, y nos instauran en el orden más amplio de la humanidad. Esto es lo que Jung quería subrayar cuando hablaba de arquetipos simbólicos. Lo que sucede es que este «orden universal de humanidad» nos llega siempre polarizado y mediatizado por una cultura con-creta. El agua, por ejemplo, no tiene la misma jerarquía de connotaciones en una cultura urbana que en una cultura nómada en el desierto o en la estepa. La connotación más importante del agua en una cultura urbana será probablemente la de «limpieza», mientras que en una cultura de desierto será más evidente la de «vida».

3. El pacto nos resulta ya mucho más claro en aquellos símbolos propios de una cultura, de un pueblo: la bandera, la propia lengua sitúan a los miembros del grupo en el interior de un pacto. El orden común de la colombianidad no lo estructura ni una geografía, ni unas leyes o documentos, ni una historia aséptica, sino unos símbolos que han nacido o han hecho vida con el pueblo y con los cuales el pueblo se ha identificado, y lo estructura también la lectura simbólica que el pueblo hace de su geografía, de su historia, de su derecho… Formar parte de una cultura es haber entrado en comunión con sus símbolos.

4. El intercambio de aquellos anillos que llamamos «argollas» es testimonio –en este caso clarísimo– de un pacto, de una comunión.

5. Los signos nos hacen conocer hechos y cosas. Los símbolos nos hacen reconocer a las personas implicadas en ellos: nos asignan un lugar en el orden común al cual pertenece.

6. El símbolo es, finalmente, mediador de identidad. Todos los que se reconocen en un símbolo, todos los que se sienten asignados en un orden concreto (cristiandad, colombianidad, modernidad, aristocracia, derecha o izquierda política…) afirman un nos-otros que comporta dos afirmaciones: una de identificación con un símbolo y con todos los que lo comparten (nos), y otra de diferenciación respecto a los que no se identifican con nuestros símbolos y que pertenecen a un orden o comunidad que no es el nuestro «-otros», delante de los cuales somos diferentes. 

Anexo Nº2

2.3. El símbolo, constitutivo de la persona y del grupo.

1. El hombre es un ser simbólico. «Animal simbólico», lo ha definido E. Cassirer. Es inherente al ser humano expresarse simbólicamente, tanto mediante el sistema simbólico de la lengua, como por medio de acciones corporales simbólicas. El símbolo, más que un elemento decorativo en la existencia del hombre, es un elemento constitutivo, estructurador para toda persona y para todo grupo social.

2. Para poder introducirnos en esta perspectiva antes tenemos que desempalagarnos de la visión instrumentalista del símbolo, del lenguaje de la liturgia… y, en general, de toda ex-presión humana (simbólica, lingüística, litúrgica, artística, etc.).

Hay acciones a las que llamamos instrumentales, y que sirven para hacer o conseguir un objetivo concreto: abrir una puerta, encender un cigarrillo, leer un periódico, explicar un hecho… (No podemos olvidar, asimismo, en toda acción instrumental hay siempre cabida para una dimensión simbólica que podemos subrayar en diferentes grados…, pero la dimensión instrumental es la que predomina y es la que se pretende).

También existen las acciones que llamamos simbólicas o expresivas: son aquellas que «no sirven para nada», de las cuales no sacamos ninguna utilidad concreta: dar un beso, hacer un regalo, tener un detalle para con alguien que apreciamos, poner un objeto decorativo que nos agrade, ponernos un vestido de fiesta… En estas acciones la dimensión simbólica es la predominante, por más que muchas veces esté también presente la dimensión instrumental. Acciones simbólicas expresivas son también: decirle «Te amo» a una persona. La religión, la liturgia, cada sacramento, el hecho de casarse…

3. La idea que solemos tener de esta expresión humana (simbólica, litúrgica…) es la de un instrumento que nos sirve para comunicarnos con los otros: gracias al lenguaje, podemos hacer objetivo –y por tanto comunicable– a los otros nuestro mundo subjetivo, interior. Es como si dijéramos: primeramente somos, tenemos ideas, sentimientos y disposiciones y después, más adelante, cuando lo creemos oportuno y gracias al lenguaje, al símbolo, podemos comunicar a los demás este mundo interior que previamente hemos creado.

El lenguaje, toda expresión, nos sirve, ciertamente, para comunicarnos. Pero las cosas no comienzan aquí. Antes de ser un instrumento de interiorización y de comunicación con los otros, el lenguaje, la expresión, es aquello que nos permite construirnos interiormente. Hablar es el acto que hace posible pensar. No podemos pensar sin lenguaje. El mismo pensamiento ya es un lenguaje interno que nos permite asumir los significados interiores que buscamos. Previamente a la palabra hay solo una vaga intención, mas con el lenguaje (in-terno) esta intención toma forma y contenido.

No habríamos podido pensar aquello que ahora queremos comunicar a los otros si previa-mente el lenguaje (en cuanto palabra interior) no nos hubiese permitido pensarlo. No hubiésemos podido conocer los sentimientos que ahora queremos exteriorizar, si previa-mente el lenguaje no nos los hubiese aclarado. En el proceso evolutivo de nuestra vida individual somos, sentimos y pensamos en la medida en que el lenguaje –la expresión– nos permite ser, sentir y pensar. No es el hombre quien hace el lenguaje, sino que es el lenguaje quien hace al hombre.
De la misma manera nuestros sentimientos no son bien nuestros hasta que no han sido ex-presados, incluso hasta que no los expresamos a alguien. Pensemos, por ejemplo, en el amor. El enamoramiento principia propiamente cuando el muchacho o la muchacha se dan cuenta de que aquello que le pasa es que está enamorado, comienza cuando se lo dice a sí mismo y cuando lo asume.

«Asumir» tiene aquí una importancia fundamental. Nuestros sentimientos más espontáneos, nacidos como son de nuestros impulsos o pulsiones más elementales, se expresan ellos solos y de la manera más natural; nos ruborizamos, temblamos de miedo, nos ponemos blancos de espanto… Pero aquí no hay ninguna expresión humana. Quienes se «expresan» son los sentimientos, no nosotros. Nosotros podemos expresar estos sentimientos cuando los asumimos y los hacemos pasar por el lenguaje, mediante la palabra o el gesto.

4. Todo esto no es más que la constatación de un principio antropológico que no podemos pasar por alto sin peligro: «El hombre no experimenta totalmente una realidad, un valor o una disposición hasta que no llega a expresarlo». Cuando el hombre no expresa aquello que vive o aquello que piensa, sus impresiones pasan a través de él y se le escapan, así no puede llegar a integrarlas como parte vital de su existencia.

5. Toda acción expresiva simbólica instaura un proceso en espiral. Primeramente estructura, clarifica y da cuerpo a una disposición vaga y difusa. Después, en posteriores expresiones, irá consolidando y reafirmando aquello que inicialmente estructuró. Tomemos nueva-mente el ejemplo del amor. El enamoramiento comienza cuando uno se da cuenta de que aquello que le pasa es que está enamorado. Este sentimiento, estructurado inicialmente por una primera impresión interior, si la persona se lo guarda para sí, normalmente tarde o temprano se desvanecerá. Pero si la persona es capaz de ir a aquel de quien se ha enamora-do para decirle: « ¡Te amo!» habrá conseguido que la nueva expresión de sentimiento haga más fuerte este mismo sentimiento, y lo irá haciendo más fuerte cuanto más lo exprese.

Actividad en casa.
Hacer lectura de los anteriores anexos, subrayando los elementos claves, venir dispuest@ para el desarrollo del trabajo en clase.

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